Jesús Calleja no ha tocado la Luna
Dice mi hija que Jesús Calleja es el primer hombre que ha ido a la Luna.
Pero que no la ha tocado. Que le faltó tocarla con el dedo.
Se lo ha dicho su amigo Luis.
A Luis no sabemos quién se lo ha dicho.
Bien.
Dice también que hay un niño en su clase que no sabe hablar con nadie.
Bueno, sí sabe hablar, pero solo con Julia.
Con los demás, no.
Yo le pregunto si ha intentado hablar con él. Me dice que sí, pero que no le contesta.
Que solo le contesta a Julia.
No sabemos por qué. Misterios de 3º de Infantil.
Pero mi hija lo tiene claro. Clarísimo.
Y cuando le digo que igual lo de Calleja no es así, o que el niño puede hablar pero solo quiere hacerlo con Julia… se enfada.
“Qué no papá, que ha ido pero no la ha tocado.”
“Qué no papá, que el niño no sabe hablar. Solo con Julia.”
La trampa de las verdades absolutas
Esto que le pasa a mi hija, nos pasa a todos.
Montamos nuestra verdad. La colocamos en la cabeza como una corona. Y la defendemos a muerte.
“Te lo digo de verdad.”
Las verdades absolutas son una trampa.
Sobre todo las que tienen que ver con los demás.
Lo que creemos que sienten. Lo que creemos que piensan. Lo que creemos que hacen “por” o “contra” nosotros.
Y la mayoría de estas “verdades” se cocinan en una zona muy concreta:
la zona media de conciencia.
La más peligrosa de todas.
¿Por qué?
Porque no es inconsciente (donde no sabes qué te pasa), ni es plena conciencia (donde lo ves claro).
Es un terreno medio, turbio, donde crees que sabes... pero no has contrastado nada.
Ejemplos reales y cotidianos
— “Mi pareja está rara, seguro que está enfadada conmigo.”
— “Mi jefe me mira mal porque piensa que soy un inútil.”
— “No caigo bien. Se nota.”
— “Soy un desastre, nunca hago nada bien.”
Nada de eso lo has preguntado.
Nada de eso lo has puesto a prueba.
Pero lo das por hecho.
Y actúas en base a eso.
Y te rayas.
Y rumias.
Y te montas la película entera sin comprobar el guión.
El superconsejito del día
Así que ahí va:
Contrasta.
Cuestiónate tus certezas.
Pon en duda tus juicios.
Especialmente los que tienen que ver con otros.
Quizás tu pareja está seria porque ha dormido mal.
Quizás tu jefe está pensando en su hipoteca.
Quizás ese amigo no te ignora, simplemente no sabe qué decirte.
Quizás tú no eres feo, simplemente no te ves con buenos ojos.
Contrasta.
Pregúntate:
- ¿Qué pruebas tengo?
- ¿Y si no fuera verdad?
- ¿Hay otra posibilidad?
Si te lo cuestionas, te puedes ahorrar un buen puñado de ruido mental.
Y si no te lo crees… hazle caso a los niños.
A veces se equivocan.
Pero otras veces, sin querer, te enseñan más que cualquier terapeuta.
Todo lo bueno pasa en mi lista de emails, envío uno cada día, apúntate aquí: