Carpe Diem es para cuñaos. Recuerda vivir tú.
La calle, las redes y los cuñaos están llenos de “Carpe Diem”.
Vive el momento. Aprovecha el día. Sé feliz. Sonríe. Disfruta. Cada instante cuenta. Bla, bla, bla.
Una frase bonita. Muy de taza. Muy de póster en oficina. Muy de foto con tipografía cursiva encima de un atardecer en Bali.
Pero no deja de ser eso: una frase para tapar el dolor. Una forma más de mirar para otro lado cuando la vida duele, pesa, escuece.
El Carpe Diem anestesia
Conozco a un tío que jamás está triste. Jamás. Siempre sonriente. Siempre con frases de Paulo Coelho listas para ser soltadas en cualquier conversación.
Un tío que cuando su sobrina estaba en el quirófano por una operación a vida o muerte… ¿sabes qué hizo? Se fue a esquiar.
¿Estaba preocupado? Seguro. ¿Tenía miedo? Obvio.
Pero él es de los de “la vida es para vivirla”, “lo que tenga que pasar, pasará”, “hay que vibrar alto”. Y a esquiar que se fue.
Y ojo, no le juzgo. Hizo lo que pudo. Lo que supo. Pero esa forma de vivir también es una defensa. Una forma de no sentir. De no mirar.
Es lo que llamo el positivismo defensivo: no es que estés feliz, es que te obligas a estarlo para no sentir lo que realmente sientes.
Always happy, bebé
Ese positivismo tóxico no es exclusivo de los influencers. También lo repiten los psicólogos pop, las empresas, los anuncios y hasta tus colegas en la sobremesa del domingo.
Todos repiten la misma consigna: hay que ser felices. Pase lo que pase. Aunque no te apetezca. Aunque estés roto por dentro.
Y ahí es donde este espacio, estos correos, esta comunidad... hacen algo radicalmente distinto.
Aquí no se viene a fingir. Aquí no negamos la evidencia.
Aquí decimos en voz alta lo que muchos piensan pero pocos se atreven a verbalizar:
La vida es una mierda.
No siempre. Pero muchas veces sí. Y no pasa nada por decirlo.
Memento vivere
Cuando fundé LVEUM, la frase que tenía en la cabeza no era “Carpe Diem”. Era otra:
“MEMENTO VIVERE”
Una frase en latín que significa: recuerda vivir.
No “sé feliz”. No “disfruta”. No “vive cada día como si fuera el último”. No. Solo:
Recuerda vivir.
Con lo que haya. Aunque duela. Aunque no tengas ni puta idea de por dónde tirar.
Aunque estés roto. Aunque estés cansado. Aunque te sientas una mierda.
Recuerda vivir.
Porque vivir no es solo lo bonito. Es también lo incómodo. Lo que duele. Lo que no puedes cambiar. Lo que perdiste. Lo que no sabes.
Y eso también cuenta.
¿Y cómo se hace eso?
1. Nombrando lo que hay
La mayoría de la gente vive con el dolor escondido debajo de la alfombra. Como si ignorarlo hiciera que desaparezca. Pero no desaparece. Solo se convierte en ansiedad, apatía o enfado.
Nombrar lo que hay es el primer paso para volver a ti.
“Estoy triste”. “Estoy harto”. “Estoy agotada”. “Estoy solo aunque tenga gente”.
Nombrarlo no lo soluciona. Pero te sitúa. Te coloca en tu lugar. Y desde ahí, puedes empezar a moverte.
2. Parando el automático
¿Te has fijado que muchas de las cosas que haces cada día no las decides tú? Van solas. Se activan como un robot:
- Te levantas con prisa.
- Te duchas pensando en lo siguiente.
- Te hablas como una mierda.
- Te callas lo que querrías decir.
Parar el automático es quedarte un rato más en la ducha.
Es mirar por la ventana en silencio.
Es sentir cómo estás sin necesidad de hacer nada con eso.
Ahí también estás viviendo.
3. No huyendo de lo incómodo
Lo incómodo no se va porque tú lo ignores.
Se transforma cuando lo atraviesas.
Lo incómodo puede ser una conversación pendiente, una emoción que has reprimido o una decisión que sabes que deberías tomar.
Recordar vivir es no salir corriendo cuando eso aparece.
Es quedarte. Mirarlo. Escucharlo.
Y entonces, decidir qué quieres hacer con eso.
La trampa del “estar bien”
El gran enemigo de vivir no es el sufrimiento. Es la obsesión con estar bien todo el rato.
Queremos estar bien incluso cuando todo va mal.
Queremos respuestas, claridad, felicidad, autoestima, energía… como si fueran productos de Amazon que puedes pedir en 24h.
Y la vida no va así.
La vida no es Carpe Diem. La vida es caerse, levantarse, seguir, cansarte, volver a empezar, gritar, callarte, llorar, reír, abrazar y volver a romperte.
Todo eso es vivir.
No necesitas vivir al máximo. Solo necesitas recordar vivir.
Cuando todo duele, cuando no puedes más, cuando estás desbordado… no hace falta que te pongas una sonrisa.
Solo hace falta que no te olvides de ti.
Que no te abandones.
Que sigas ahí, aunque sea sin fuerzas, aunque sea sin ganas, aunque sea sin entender nada.
Porque eso, eso también es vivir.
3 prácticas para recordar vivir
1. Haz una lista de todo lo que no quieres sentir… y siéntelo
- “No quiero sentir miedo”
- “No quiero sentir fracaso”
- “No quiero sentir rechazo”
Haz la lista. Luego cierra los ojos. Y dale espacio. Un minuto. Dos. Lo que aguantes.
Sin intentar cambiarlo. Solo sentir.
2. Reescribe tu día con verdad
En vez de decir “ha ido bien”, escribe:
- Hoy me sentí…
- Lo que no conté fue…
- Lo que callé fue…
Ponerle palabras es recuperar el hilo de tu experiencia. Volver a ti.
3. Grita. En el coche. En casa. En el pensamiento.
Grita. Saca la rabia. La impotencia. El hastío. No se trata de agredir a nadie. Se trata de no seguir acumulando más mierda dentro.
Y luego, respira. Y date las gracias.
Memento vivere, joder
Esto no va de frases bonitas.
Esto va de estar. De seguir. De sostenerte aunque no haya luz.
Esto va de recordar que todavía estás aquí.
Y eso ya es mucho.
La vida no va a ser siempre bonita. Pero puedes empezar a estar un poco mejor.
Y aquí estamos para eso.
Todo lo bueno pasa en mi lista de emails, envío uno cada día, apúntate aquí: